¿Recuerda cómo era de excitante la vida universitaria hace apenas un año?
Enjambres de estudiantes se movían entre espacios estructurados para la formación individual y grupal: estudios, aulas, bibliotecas, pero también pasillos, cafetería, zonas de máquinas expendedoras. A su vez, aquellos que podían disfrutar de un campus urbano contaban con cafés, parques y zonas de esparcimiento situadas en los aledaños de la universidad.
En todos ellos la interacción social era clave. El azar y los encuentros fortuitos, la serendipia, favorecían nuevas oportunidades para el descubrimiento y la creatividad: la colaboración, la creación de redes y el aprendizaje mutuo. Se creaban vínculos y un sentido de pertenencia entre alumnos, profesores y personal de administración y servicios, así como la comunidad externa, que servían para construir una red de apoyo e influencia. Eran el equivalente a lo que los garajes representaban en los primeros días de Silicon Valley. Pero eso era antes de la covid-19.
Con la llegada de la pandemia muchas de estas dinámicas se vieron forzadas a cambiar. El cierre de los campus significó no sólo el cierre de las aulas, sino también de bibliotecas o comedores, es decir, de todos los demás espacios que tradicionalmente eran centros de reunión.
La interrupción requirió una rápida respuesta por parte de las universidades, la forma en que interactuamos en el campus cambió y, en consecuencia, nuestro papel como educadores también.
La universidad como tercer espacio institucional
Mucho de lo que antes ocurría dentro y fuera del campus se trasladó al mundo virtual. Whatsapp, Zoom, Teams, Instagram o Twitter fueron, durante un tiempo, los espacios donde se tenía la oportunidad de conectar, compartir y también aprender, desdibujando las líneas entre lo que tradicionalmente ha significado curricular y extracurricular, clase y ocio.
Han surgido así un gran número de iniciativas impulsadas por profesores, estudiantes y antiguos alumnos destinadas puramente a mantenerse en contacto y fomentar un sentido de pertenencia. Por ejemplo, en IE University, School of Architecture and Design lanzamos en Instagram Love letters to cities, cartas de amor a diferentes ciudades cuya vida diaria había cambiado debido al confinamiento.
Por su parte, los grandes eventos organizados anualmente, desde festivales como el World Architecture Festival a la cumbre de Davos, permitieron el acceso online gratuito, iniciando una democratización sin precedentes.
La posibilidad de estar en contacto unos con otros, de aprender de esas interacciones, ya no dependía de estar en un espacio y hora determinados. Se empezaba a imponer la flexibilidad del “en cualquier sitio, a cualquier hora”,
Al volver a abrirse las universidades, el espacio físico recobró relevancia, pero había que repensarlo, y además había que mantener protocolos de salud altamente exigentes.
En este contexto es clave la noción sociológica de los terceros espacios, como espacios intermedios simbólicos y físicos, que respaldan nuestras identidades y sentido de pertenencia.
Ray Oldenburg acuñó el término “tercer espacio” para referirse a un lugar que no es ni el hogar ni el trabajo, y que genera un sentido natural de pertenencia. Análogamente, los teóricos sociales Edward Soja (1996) y Homi K. Bhabha (1990) describieron el tercer espacio como un espacio de transición, un lugar no físico, en el que es posible realizar identificaciones híbridas y en el que pueden producirse transformaciones culturales en el curso de las actividades cotidianas.
Desde ambas perspectivas, podemos definir la necesidad de que la universidad disponga de tales espacios que integren lo físico y lo virtual; sean flexibles y acogedores para fomentar la colaboración y permitan que los distintos miembros sientan un sentido de pertenencia a la comunidad, a la vez que invita a miembros ajenos a la misma. Las características de estos espacios son las siguientes:
- Neutrales: donde las personas pueden circular libremente, sin jerarquías.
- Inclusivos: accesibles para el público en general (comunidad externa), favorecen la conversación y la participación.
- Accesibles: permiten que la gente vaya asiduamente, con la esperanza de tener encuentros que estrechen los vínculos entre ellos y otorguen sentido de pertenencia. Lo que atrae es la gente.
- Perfil bajo: simple, sin pretensiones, pero eficaz (buena wifi, condiciones de luz, temperatura, y sonido óptimas…).
- Lúdicos: favorecen la espontaneidad, la alegría y la aceptación frente a la ansiedad y la alienación.
- Son como un hogar lejos de casa, proporcionan bienestar psicológico, apoyo y confianza.
Educar a la generación 5G
Educar en la era covid-19 es también educar a la generación 5G, que ya vive de acuerdo con los parámetros de “en cualquier sitio, a cualquier hora”, y para la que el reto no es tanto trasladar las clases físicas a un entorno virtual, sino repensar el campus como un lugar simbólico que integre lo físico y lo virtual, y que fomente la interacción y el sentido de pertenencia entre compañeros, profesorado, personal, antiguos alumnos y la comunidad local anfitriona. Ser buenos vecinos, y no vivir de espaldas a ellos, es ahora más importante que nunca. Concretamente nosotros tenemos una gran oportunidad para lograr esto, con la apertura en septiembre de nuestra nueva sede, la IE Tower, la quinta torre, en el norte de Madrid.
Esta idea de una universidad como tercer espacio contenedora de todo lo anterior amplía el papel de la educación universitaria y ayuda a definir el ADN único de cualquier institución mediante el reconocimiento de su capacidad para construir una comunidad resiliente. Nuestro papel como educadores en la era covid-19 es claramente el de un facilitador en la generación de comunidad.
Cristina Mateo Rebollo es decana asociada de IE University. Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.