Los seres humanos tenemos una inercia que nos lleva a querer encontrar una solución ante un problema. Buscamos resolver, pero no siempre ello implica comprender la profundidad del problema o de cómo éste afecta la vida de las personas o del ambiente que nos rodea. Muchas veces creemos que estamos frente a un problema cuando en realidad estamos ante un síntoma del problema, es decir, una expresión del problema de raíz. ¿Qué pasaría si en el aula aprendiéramos a abordar un problema desde la empatía para convertirlo en una oportunidad?
«La Educación no cambia el mundo, cambia a las personas que van a cambiar el mundo«. Esta frase de Paulo Freire tan citada nos invita a reflexionar sobre los modos en los que proyectamos el futuro del planeta. La educación no debe darnos atajos para evitar que los problemas desaparezcan temporalmente, sino convertirse en el medio para forjar en cada persona un espíritu curioso, comprometido y empático con los problemas de nuestro mundo. Hoy no sólo hace falta cambiarlo, tenemos que salvar al mundo.
¿Es posible crear un mundo más empático si no enseñamos desde la empatía? ¿Podemos solucionar problemáticas de nuestra comunidad o de otra lejana si no sabemos qué sienten, qué ven, o qué cosas afectan todos los días a sus integrantes? ¿Desde dónde concebimos que algo es una solución? ¿Qué grado de cercanía tenemos con quienes se ven afectados por ese problema? Estas son algunas de las preguntas que nos hacemos y queremos compartir para reflexionar y debatir.
La Agenda 2030 puso sobre la mesa 17 objetivos para que el mundo sea más justo y sostenible para todas las personas. Encontrar soluciones que nos permitan abordar y alcanzar esas metas requiere actuar para el hoy y para el mañana. Pero eso tampoco alcanza. No podemos pensar sólo en cumplir objetivos, llegar a la meta. El mundo es dinámico y eso requiere que cada acción que emprendemos- desde el rol social que tiene cada persona- tenga siempre como horizonte el Desarrollo Sostenible. No se trata de acumular etiquetas de colores que respondan a cada ODS, se trata de tener una visión sobre cómo pasar del desarrollo que actualmente se lleva a cabo a uno realmente sostenible.
Aquí es donde la educación es clave para el futuro. Por un lado, tenemos el desafío de encontrar los modos para que cada uno de los 250 millones de niños que están sin escolarizar en todo el mundo accedan a una educación de calidad. Y por otro, que todos los niños y niñas que transitan hoy por los sistemas educativos sepan que pueden ser protagonistas de la construcción de un mundo mejor para todos, y que los adultos pueden acompañarlos a crear ese mundo que imaginan.
El mundo está jodido
Lejos ha llegado el mundo desde 2015 en la lucha contra el cambio climático, el crecimiento de la energía limpia, la innovación enfocada a la producción de alimentos sostenibles y la protección del planeta. A mitad del camino hacia la fecha límite de la Agenda 2030, la conciencia global sobre las prioridades sociales, económicas y ambientales ha aumentado, pero necesitamos encontrar nuevas preguntas para abordarlas desde una mirada integral.
- En 2023, tres cuartas partes del ecosistema terrestre del planeta y alrededor del 66% del medio ambiente marino ha sido alterado significativamente por la acción humana. Más de un tercio de la superficie terrestre del mundo y casi el 75% de los recursos de agua dulce están ahora dedicados a la producción agrícola o ganadera.
- Al menos 2000 millones de personas siguen viviendo sin servicios de agua potable gestionados de forma segura. Si bien la inversión en energías verdes ha ido en aumento se necesita triplicar esa inversión si sólo pensamos en cumplir los objetivos previstos. Pero ya sabemos que no se trata de objetivos, sino de que cada acción esté orientada al desarrollo sostenible.
- La brecha digital es cada vez más profunda. Si bien cada vez hay más personas que acceden a internet, el avance de la tecnología, con la inteligencia artificial como punta de lanza hace que se amplíen las brechas entre el carácter utilitario de los desarrollos digitales y su capacidad de potenciar las habilidades humanas.
- El acceso a educación de calidad sigue siendo un tema a resolver. La pandemia marcó un hito para comprender que es posible llevar educación por medios digitales a todo el mundo. Pero aún resta encontrar las maneras de sostener propuestas globales que permitan que casi 84 millones de niños y jóvenes sigan sin recibir educación en 2030, según las estimaciones de la ONU.
Estamos marcando solo algunos de los tantos factores que están poniendo en peligro al mundo. Es hora de profundizar en las problemáticas y empezar a trabajar desde la educación y formación de las nuevas generaciones. Los adultos tenemos la responsabilidad de actuar hoy, y de acompañar a quienes tendrán en sus manos la posibilidad de salvar a la humanidad. Es desde cada aula, de cada escuela, en cada comunidad, sociedad y país del planeta, donde están las personas con quienes debemos trabajar para salvar el mundo. Es crucial diseñar programas de formación capaces de escalar globalmente porque los problemas que debemos enfrentar no entienden de fronteras.
Para diseñar respuestas a estas problemáticas, la docencia es una pieza clave del motor para formar a las generaciones que salvarán el mundo. Docentes que eduquen desde la empatía, desde el compromiso con su contexto y con el mundo que los rodea, que no dan respuestas sencillas sino que invitan a explorar nuevos modos de aprender para construir una sociedad más inclusiva y justa, y un ambiente más sostenible.
La meta que debemos perseguir no es un objetivo medible en la Agenda de los organismos internacionales, esa es sólo una pequeña parte del problema. El foco de todo lo que hacemos tiene que estar en garantizar para las generaciones presentes y futuras un mundo habitable, sostenible y con una población que priorice ante todo el desarrollo sostenible.
El autor es fundador de Learning by Helping.